Vista de la exposición 'Como una danza de estorninos. Colección MACBA: treinta años e infinitas formas de ser', 2025. Obra de Claudia Andújar. Foto: Miquel Coll.
En su trigesimo aniversario, el MACBA-Museu d’Art Conremporani de Barcelona reflexiona sobre la misma idea de colección. Como una danza de estorninos. Colección MACBA: treinta años e infinitas formas de ser se presenta como un ejercicio de relectura coral, una propuesta que trasciende la conmemoración y adopta la forma de un organismo vivo. Hasta septiembre de 2026, este nuevo despliegue del fondo del museo invita a revisar cómo se construye (y como se disuelve) la subjetividad en el espacio común que comparten artistas, épocas, comunidades y memorias.
Lejos de cualquier orden cronológico o celebratorio, la exposición explora lo que el vuelo de los estorninos sugiere: un movimiento colectivo que no diluye la individualidad, sino que la potencia. La disposición de doscientas piezas de medio centenar de artistas funciona como una coreografía cambiante donde cada obra ocupa un lugar propio y, a la vez, reformula su sentido en relación con las demás. El enfoque curatorial de Clàudia Segura y Núria Montclús propone un relato poroso que entiende al sujeto como construcción en flujo, hecha de vínculos, luchas y fricciones con su entorno.
Uno de los hilos centrales de esta lectura es el que aborda identidades que históricamente han habitado los márgenes, y que aquí se presentan como agentes de lenguaje y de memoria. El extenso proyecto Fotomatón de Onofre Bachiller funciona como documento y como gesto performativo. Sus retratos nocturnos de la Barcelona de los años ochenta y noventa registran no solo las estéticas subculturales de la ciudad, sino su energía vital: esa constelación de cuerpos que desafían las normas desde la fiesta, la disidencia de género o la experimentación identitaria. En esta misma línea dialogan obras de Ocaña, Jean Michel Basquiat, Luis Claramunt o Josep Uclés, que interpelan directamente la experiencia del cuerpo como espacio político.
La exposición subraya también el papel de la corporeidad como herramienta de conocimiento y como modo de hacer. La performatividad–uno de los grandes vectores de la práctica contemporánea desde los años setenta–aparece aquí como fuerza capaz de romper las fronteras entre arte y vida. Piezas de Àngels Ribé, Vera Chaves Barcellos, Dennis Oppenheim, Esther Ferrer o Itziar Okariz evidencian cómo la presencia física y el gesto han reconfigurado la noción de obra, desplazando la atención hacia la experiencia directa, lo efímero y lo íntimo.
Otro eje de lectura atraviesa las relaciones entre lo humano, lo tecnológico, lo simbólico y la naturaleza. La mirada animista de Claudia Andujar, el imaginario energético de Joan Miró, las transformaciones orgánicas propuestas por Rosario Zorraquín o la poética mitológica de Joan Jonas expanden la subjetividad hacia territorios donde lo individual se entiende como un nodo dentro de sistemas más amplios. Lejos de la visión moderna del sujeto autónomo, estas obras apuntan a una ecología de interdependencias que desborda los límites del cuerpo.
El recorrido incluye, además, una reflexión sobre los modos en que Occidente ha ordenado el mundo y sobre las fisuras que lxs artistas abren en esas estructuras. Matt Mullican, A. R. Penck o Zush revisan los lenguajes que usamos para comprender la realidad, revelando sus contradicciones y sus umbrales. A su lado, piezas de Moisès Villèlia, Magda Bolumar, Tonet Amorós o Silvia Gubern recuperan el impulso experimental que en Cataluña, desde los años cincuenta hasta los setenta, desafió la rigidez racionalista a través del automatismo, el surrealismo y la exploración de estados alterados. Esta genealogía se reencuentra con los juegos conceptuales de Richard Hamilton, John Cage y Dieter Roth, cuyos proyectos colaborativos muestran una modernidad menos lineal y más lúdica, abierta a lo desconocido.
El último gran bloque conceptual del proyecto se adentra en el delirio entendido no como extravío, sino como posibilidad. Las obras de Joan Ponç, Antoni Tàpies o los Cérémonials de Antoni Miralda, Joan Rabascall, Jaume Xifra y Dorothée Selz introducen la dimensión ritual, visionaria y mediúmnica como vías de conocimiento. La presencia de Josefa Tolrà, con su capacidad para canalizar imágenes entre planos, refuerza esta lectura que reivindica el delirio como fuerza productiva, una apertura hacia universos no racionalizados. Incluso el crítico viaje interior propuesto por William Kentridge apunta hacia la necesidad de fracturar el sentido unívoco para crear mundos alternativos.
La exposición incorpora también un notable número de obras nunca mostradas en el MACBA, así como adquisiciones recientes que actualizan la narrativa del museo. La presencia de piezas procedentes de la Col·lecció Nacional y de donaciones directas amplía el registro temporal y formal del conjunto. Esta actualización habla de una colección en expansión, que no se limita a custodiar, sino que se replantea de forma activa.
El proyecto culmina en un espacio documental que recoge materiales generados a lo largo de los treinta años de historia de la colección: carteles, publicaciones, fotografías y podcasts que conforman un archivo en primera persona. Es un gesto de transparencia institucional y, a la vez, un recordatorio de que toda colección es también un relato sobre las formas de mirar, conservar y transmitir.
En paralelo, la iniciativa Fora de reserves extiende la exposición a escuelas e institutos públicos, trasladando tres obras del fondo a espacios educativos. Esta decisión subraya la vocación pública del museo y propone una circulación real de sus piezas, que abandonan temporalmente el museo para convivir con otros ritmos y otros públicos.
La nueva presentación de la Colección MACBA se articula así como un dispositivo que rehúye la clausura. Igual que un bando de estorninos, las obras vuelan juntas sin perder su singularidad, componiendo una imagen en movimiento que se resiste a fijarse.
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