Eduard Arranz-Bravo 'New York my love', 1971 Acrilico sobre tela; Col·lecció Suñol Soler.
La Fundació Suñol abre la temporada con una cita imprescindible: Nodos, flujos y vibraciones, una exposición que rescata una docena de obras de Eduard Arranz-Bravo (Barcelona, 1941–2023), la mayoría de ellas nunca vistas. Se trata de un proyecto comisariado por Albert Mercadé, en colaboración con la Fundació Arranz-Bravo, que no solo revisa una etapa decisiva de la trayectoria del artista, sino también un capítulo clave en la historia del arte contemporáneo español.
La muestra reúne piezas realizadas entre los años setenta y ochenta, un periodo en el que Arranz-Bravo consolidó un lenguaje pictórico de colores intensos, humor corrosivo y voluntad subversiva. Obras como New York my love (1971), Zumero du Senegal (1978) o Per Caravaggio (1983) condensan esa pulsión cromática que convirtió su pintura en un testimonio vibrante de un tiempo convulso, marcado por la transición política y cultural del país.
Pero la exposición no se limita a poner en valor la potencia plástica del pintor barcelonés. El relato se teje alrededor de un triángulo fundamental: artista, galerista y coleccionista. Eduard Arranz-Bravo, Fernando Vijande y Josep Suñol Soler protagonizaron un entramado de relaciones que marcó una de las décadas más fértiles del arte en España. Vijande apostó por Arranz-Bravo en la Galería Vandrés de Madrid, donde expuso en varias ocasiones durante los años setenta; Suñol, por su parte, adquirió y custodió obras que hoy forman parte de una de las colecciones privadas más importantes del país.
Este vínculo se materializa en anécdotas como la participación de Arranz-Bravo en la mítica acción Situació Color de Antoni Miralda y Jaume Xifra en 1976, donde intervino una servilleta de la mantelería para la inauguración de la casa de Suñol, convirtiendo un gesto íntimo en un testimonio artístico. Ese cruce entre lo personal y lo histórico define el espíritu de la Colección Suñol Soler, concebida como un archivo vivo de la creación contemporánea.
La exposición también subraya la complicidad creativa entre Arranz-Bravo y Rafael Bartolozzi, con quien compartió proyectos durante más de quince años. Juntos pintaron la icónica fachada de la fábrica Tipel en Parets del Vallès en 1971 y representaron a España en la Bienal de Venecia de 1980. Aquellas obras, de gran potencia simbólica y cromática, consolidaron a ambos como referentes de una nueva sensibilidad artística, capaz de cuestionar los límites entre la pintura, la arquitectura y el espacio urbano.
Tras su paso por Barcelona, Nodos, flujos y vibraciones viajará en noviembre a París, donde se presentará en el Centre d’études catalanes de la Sorbonne Université. El enclave, un palacio del siglo XVII en pleno Marais, ofrecerá a la capital francesa la oportunidad de redescubrir la obra de Arranz-Bravo en diálogo con la historia del coleccionismo catalán. Será también una forma de proyectar internacionalmente la Colección Suñol Soler, que supera las mil piezas y articula un mapa amplio de la vanguardia artística de los siglos XX y XXI.
El itinerario parisino confirma la voluntad de la Fundació Suñol de compartir su patrimonio a través de colaboraciones con instituciones de prestigio. Más allá de su valor artístico, la exposición reivindica la importancia de las redes de complicidad —los nodos, los flujos, las vibraciones— que hicieron posible que artistas como Arranz-Bravo encontraran en la España de los setenta un espacio de visibilidad y riesgo creativo.
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