Con El alma diáfana de una mañana inmóvil, el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo (CAAC) presenta la primera exposición institucional en España de Jem Perucchini (Tekeze, 1995), un artista cuya obra está adquiriendo una creciente relevancia en el panorama internacional. La muestra, instalada en el Refectorio del antiguo monasterio de la Cartuja y organizada en colaboración con la Fundación Sandretto Re Rebaudengo, reúne once pinturas recientes que profundizan en los procesos de hibridez cultural, la revisión del canon occidental y la experiencia metafísica de la imagen.
Perucchini–nacido en Etiopía y formado en Italia–ha construido un lenguaje pictórico en el que confluyen la tradición italiana del gótico tardío, los frescos etíopes, la herencia renacentista y una sensibilidad contemporánea enfocada en la reinterpretación identitaria. Su obra participa de esa tendencia actual que revisita la historia del arte no para replicarla, sino para activar en ella nuevas genealogías que incorporan voces desplazadas, mitologías menores y subjetividades diaspóricas. En este sentido, el proyecto del CAAC puede leerse como un ejercicio de relectura crítica del imaginario clásico desde una perspectiva intercultural.
Las pinturas expuestas insisten en la noción de dualidad: luz y sombra, día y noche, presencia y ausencia, lo consciente y lo oculto. En su trabajo, la luz no opera solo como recurso técnico, sino como vector conceptual. La tensión entre claridad y penumbra articula figuras que parecen emerger desde un tiempo suspendido, casi litúrgico, donde lo sagrado se insinúa a través de composiciones austeras y un colorido que privilegia los matices cálidos. Este manejo atmosférico sitúa al espectador ante imágenes que funcionan como umbrales, invitaciones a contemplar aquello que precede y excede la representación.
Los títulos de las obras, muchos de ellos extraídos de episodios y personajes de la Antigüedad clásica, establecen un contrapunto significativo: Perucchini no recurre a las figuras canónicas del imaginario grecorromano, sino a aquellas más ambiguas, periféricas o de historicidad incierta. La inclusión de nombres como Heliogábalo o la pareja simbólica Eros y Tánatos da cuenta de un interés por recuperar relatos desplazados y por subrayar la dimensión enigmática de la tradición. Esta estrategia no solo complejiza la lectura del canon, sino que activa en su pintura un registro casi arqueológico, donde cada personaje funciona como un fragmento de una narrativa más amplia.
Formalmente, sus retratos se caracterizan por un gesto recurrente: la mirada desviada. Este recurso erosiona la frontalidad habitual del retrato occidental, generando una distancia que conduce al público hacia una lectura introspectiva. A ello se suman pequeños elementos narrativos–objetos, texturas o símbolos discretos–que funcionan como pistas para imaginar historias invisibles, reforzando la dimensión emocional y metafísica de la obra.
El alma diáfana de una mañana inmóvil no solo introduce al público español en la producción de un artista en plena consolidación, sino que también plantea preguntas sobre cómo se reescriben hoy las tradiciones estéticas cuando se miran desde los desplazamientos, las mezclas y las resonancias interculturales que definen nuestro presente.