En pleno ecosistema digital, donde la imagen es el vehículo dominante de comunicación, un nuevo informe de la Fundación Photographic Social Vision lanza una alerta precisa: lxs adolescentes consumen más fotografías que nunca, pero no cuentan con las herramientas necesarias para interpretarlas en profundidad. El estudio, realizado con el apoyo del proyecto europeo Visual Trust de la Universitat de Barcelona y la colaboración de la Fundación Banc Sabadell, ofrece por primera vez un diagnóstico amplio sobre el estado de la educación visual en Cataluña.
La investigación, basada en una encuesta a casi dos mil jóvenes de entre 12 y 19 años, revela un fenómeno tan paradójico como inquietante: la generación más acostumbrada a producir y compartir imágenes es también la que menos destrezas demuestra al analizarlas. La mayoría capta el significado global de una fotografía, pero apenas se detiene a desentrañar sus capas simbólicas o narrativas. Solo un 2% del alumnado encuestado consiguió describir e interpretar de manera precisa y significativa las imágenes propuestas.
Esta lectura apresurada se integra en un contexto más amplio de crisis perceptiva: en un entorno saturado de estímulos visuales y de canales acelerados–de Instagram a TikTok–, la mirada adolescente se fragmenta. La fotografía se recibe como flujo, no como objeto cultural susceptible de análisis. En un momento histórico marcado por la irrupción de la inteligencia artificial y la multiplicación de imágenes generadas o manipuladas, esta carencia adquiere una dimensión política.
Uno de los hallazgos más reveladores es el desplazamiento de la confianza: el 41,6% de lxs jóvenes da por veraz una fotografía si proviene de alguien cercano, por encima de cualquier criterio de verificación profesional. La imagen circula dentro de la comunidad afectiva y, por esa misma vía, puede reproducir desinformación sin filtros críticos. La veracidad, parece decir el estudio, se ha convertido en un asunto relacional más que documental.
Frente al prejuicio de un uso indiscriminado de las redes, el informe matiza el retrato generacional: el 66% de la adolescencia comparte sus imágenes de manera restringida y el 94% utiliza plataformas que permiten un control privado. La fotografía aparece así como un espacio íntimo, más ligado a la creación de vínculos que a la exposición pública. Incluso en un tiempo dominado por la cultura del vídeo, la imagen fija persiste: el 81,7% de lxs jóvenes continúa fotografiando, frente a un 35,8% que graba vídeos.
La investigación apunta también a variables de género, territorio y contexto socioeconómico: las chicas muestran mayor conciencia crítica y una práctica visual más elaborada; los entornos con más recursos culturales presentan una relación más reflexiva con las imágenes; y los municipios rurales o de renta baja evidencian una mirada más limitada o desconfiada.
Ante este panorama, Photographic Social Vision propone un cambio de paradigma: pasar del discurso del riesgo al de la formación. Lxs adolescentes ya operan con prudencia–evitan difundir imágenes sensibles y piden consentimiento–, pero necesitan herramientas para leer, cuestionar y producir imágenes con criterio propio. La alfabetización visual, sostiene el informe, debe integrarse curricularmente en la educación obligatoria y articularse como un esfuerzo colectivo entre escuelas, familias e instituciones culturales.
La Fundación ya ha empezado a aplicar estas conclusiones en su programa educativo vinculado a World Press Photo y trabaja en nuevos recursos pedagógicos para docentes. Según relata la Fundación, en un mundo donde la imagen es el idioma dominante, el reto ya no es proteger a la juventud, sino enseñarle a mirar. Solo así la fotografía podrá convertirse, también para ellxs, en una herramienta crítica, expresiva y plenamente contemporánea.