La exposición explora la superficie escultórica como espacio de diálogo entre cuerpos, donde la interacción entre materiales trasciende lo esperado. Propone una reflexión sobre el contacto con lo intangible —como tocar el vacío— y la tensión entre gestos y límites físicos. Las formas se transforman, desdibujando su naturaleza original: lo vegetal deviene animal, lo mineral adopta rasgos orgánicos y lo artificial adquiere cualidades humanas. Esta transgresión material, al sustituir elementos por otros aparentemente ajenos, genera un lenguaje nuevo que intensifica su singularidad. El resultado es una perturbación de lo familiar, donde lo reconocible se desvanece, invitando al espectador a replantear su percepción de la materia y el espacio.