Ramón Abril entiende la pintura como un ejercicio de retorno al mundo interior a través de la contemplación del exterior. En este tránsito, la soledad y el aislamiento no son obstáculos, sino condiciones necesarias. Desde ese silencio surgen imágenes esenciales, fruto de una experiencia vital que se traduce en una pintura íntima y contenida, donde cada trazo parece resonar con lo vivido.