Cartel de cine instalado en una pizarra en Accra, 1996. Foto de Ernie Wolfe III. Cortesía de la Filmoteca de Catalunya.
En los años noventa, el cine en Ghana llegaba sobre ruedas, en camionetas cargadas de televisores, generadores de gas y pósters pintados a mano sobre sacos de harina. Aquellos lienzos improvisados, desbordantes de color y desmesura, eran la antesala de un espectáculo popular, una fiesta del ojo y la imaginación. Hoy, tres décadas después, la Filmoteca de Catalunya (Barcelona) rescata ese fenómeno con la exposición Col·lisió extrema. Cartells de Ghana pintats a mà, anys noranta [Colisión extrema. Carteles de Ghana pintados a mano, años noventa], abierta hasta el 31 de enero de 2026.
La muestra reúne una treintena de carteles realizados por una veintena de artistas ghaneses en plena «edad de oro» del fenómeno. Proceden de la Ernie Wolfe Gallery y del Museo Fowler de Los Ángeles, y llegan por primera vez a nuestro país para revelar una historia tan periférica como fascinante: la del arte popular que convirtió la carencia en exuberancia.
El origen de estos carteles se remonta al final de los ochenta, cuando Ghana atravesaba una profunda crisis económica. Con los cines urbanos cerrados y el acceso a la importación cinematográfica limitado, una nueva generación de empresarios locales improvisó una red de videoclubs itinerantes. Para atraer público a esas proyecciones rurales, se reclutó a artistas formadxs en la publicidad urbana: rotulistas, ilustradorxs, pintorxs de rótulos comerciales. Su misión era clara: anunciar el milagro del cine, aunque nadie hubiera visto la película.
Pintados sobre sacos de algodón cosidos y reutilizados, estos carteles eran portátiles, resistentes y espectaculares. En ellos, lxs héroes de Hollywood, lxs mitos de Bollywood y lxs justicieros de Hong Kong se mezclaban con demonios locales y símbolos religiosos. La comisaria de la exposición, Beatriz Leal-Riesco, subraya esa mezcla con precisión: «Estas obras de colores, composición e iconografía extremos nacen del choque entre una rica tradición artística vernácula y la publicidad occidental de las carátulas de los VHS».
En ese «choque», como señala Leal-Riesco, reside la potencia estética del movimiento: una colisión cultural donde lo global y lo local se fusionan hasta producir imágenes nuevas, excesivas y profundamente contemporáneas. Los personajes se sobredimensionan, las proporciones se alteran, los colores vibran hasta el límite. No se trata de fidelidad, sino de invención: una reinterpretación libre de los códigos del cine comercial bajo la mirada de artistas que nunca se consideraron a sí mismxs marginales.
Algunos de los nombres más reconocibles del movimiento —Joe Mensah, Heavy J, Death is Coming, Salvation o Mr. Brew— firmaron cientos de estas piezas en pocos días, compitiendo por el favor de los distribuidores. El resultado: un lenguaje visual radical que, lejos de copiar, reinterpretó la imaginería del capitalismo global desde el trópico africano, anticipando debates sobre apropiación cultural y estética popular que hoy siguen vigentes.
El recorrido de la Filmoteca no se limita a la nostalgia. En su planteamiento curatorial, la muestra se alinea con una tendencia reciente en los museos europeos: la de revisar las genealogías visuales no occidentales y situarlas en el mismo plano que las producciones del mainstream global. En ese sentido, Col·lisió extrema no solo celebra una época, sino que interpela al presente: ¿qué significa hoy mirar esas imágenes? ¿Dónde acaba la copia y empieza la creación?
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