Vista de la exposición 'Canta una piedra’ de la artista Regina de Miguel, CAAC, Sevilla. Foto de Pepe Morón. Cortesía de la artista y del CAAC.
El Centro Andaluz de Arte Contemporáneo (CAAC) acoge la exposición Canta una piedra de Regina de Miguel (Málaga, 1977), una investigación artística que transforma el Claustrón Este del Monasterio de la Cartuja en un espacio híbrido entre laboratorio y templo científico. Comisariada por Jimena Blázquez, directora del CAAC, la muestra podrá visitarse hasta el 11 de enero de 2026 y se presenta como un viaje sensorial y conceptual por el territorio andaluz.
La artista propone un recorrido que descompone las fronteras entre naturaleza y cultura a través de instalaciones, acuarelas, piezas audiovisuales, obsidianas intervenidas, pinturas, grabados y cerámica. Con esta propuesta, Regina de Miguel cuestiona las relaciones entre la geología, el pensamiento místico y la biología del suelo, activando un diálogo con las voces silenciadas de las materias que habitan los márgenes del territorio.
La exposición se abre con El último término que alcanza la vista (2010), donde imágenes de icebergs se ensamblan con datos estadísticos sobre soledad, depresión y suicidio, articulando una geografía simbólica del colapso interior. A través de mapas intervenidos que dialogan con la tradición ilustrada de Humboldt y las visualizaciones satelitales de Google Earth, la artista rastrea los lugares donde el malestar psíquico ha dejado su huella.
En su recorrido, el visitante atraviesa Portal (2024), una pieza textil que funciona como cortina sensorial y da paso a la película Aimística (2023). Esta obra audiovisual entrelaza la voz de una inteligencia artificial con la figura de una mística inspirada en Santa Teresa de Jesús, generando una relación inestable que cuestiona los límites de la sensibilidad y la escucha.
La instalación Sondeadora (2025) convoca un coro de voces biológicas inspiradas en la bacteria extremófila Audax viator, descubierta en una mina sudafricana. Según la comisaria, «en esta pieza, el individuo se diluye: no hay centro, sino vínculo; no hay identidad fija, sino interacción constante». La propuesta se nutre de las teorías de Lynn Margulis, donde la vida se sostiene en la interdependencia radical.
La muestra se expande hacia lo cósmico con obras como Polo Norte de Marte (2025), Mensajero 1 (2025) y la serie de grabados Rising Anxiety (2019), que abordan el deseo humano de encontrar vida en otros planetas y los dilemas éticos de una hipotética colonización extraterrestre.
En paralelo, las acuarelas de la serie Fulgor (2025) y el mural La vida en Conamara II (2025) —realizado en colaboración con la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Sevilla— funcionan como cartografías expandidas del proyecto. Este último, concebido como un mapa sin leyenda, recoge los flujos simbólicos y afectivos que atraviesan la muestra.
La exposición culmina con la monumental escultura en cerámica Canta una piedra (2024–2025), fruto de un proceso colaborativo con la Escuela de Formación de Artesanos de Gelves. La pieza encarna un gesto de reparación frente a la lógica extractiva del territorio, en diálogo con las memorias de antiguas explotaciones mineras. Como explica la comisaria, «la cerámica aparece aquí como un acto de sanación».
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