

La exposición Artes de la Tierra, organizada por el Museo Guggenheim Bilbao bajo la curaduría de Manuel Cirauqui, propone una lectura transversal de las relaciones entre arte, suelo y ecosistemas. Se presenta como un laboratorio expandido en el que convergen prácticas artísticas desde el siglo pasado hasta la actualidad y donde la materia orgánica actúa como articuladora de discursos, genealogías y urgencias contemporáneas. Lejos de estructurar el recorrido en capítulos, la muestra ofrece constelaciones de afinidad que surgen a partir de elementos como hojas, raíces, sedimentos, fibras textiles o documentos de archivo, lo que permite que las piezas encuentren resonancias propias en cada sala.
El proyecto se enmarca en el compromiso del Museo con la sostenibilidad ambiental y, en este sentido, despliega un diálogo crítico sobre el papel del arte ante la crisis ecosocial. Muchas de las obras parten de prácticas materiales vinculadas a la tierra y a los ritmos naturales. Este enfoque pone de relieve la colaboración con los ecosistemas como alternativa a procesos extractivos o transformaciones agresivas del entorno. El suelo se convierte así en un agente activo que condiciona las formas y orienta las maneras de producir, imaginar y convivir.
En las primeras galerías se concede protagonismo a figuras que anticiparon la sensibilidad ecológica que marcaría el arte desde finales del siglo veinte. Aparecen obras de Jean Dubuffet, Joseph Beuys o Jimmy Lipundja que reflejan vínculos íntimos con biomas específicos y modos de entender el territorio como una extensión del propio cuerpo. A partir de los años setenta y ochenta se incorporan trabajos efímeros y acciones en el paisaje, como los de Ana Lupas, Fina Miralles o Ana Mendieta, que examinan la fragilidad del medio natural frente a las dinámicas culturales y políticas.

La intervención específica de Delcy Morelos en la galería 206 constituye uno de los momentos más intensos del recorrido. El espacio se convierte en un ámbito telúrico que hace visible la densidad simbólica de la tierra y su capacidad para modelar la percepción del visitante. Cerca de allí, las galerías 206 y 207 mantienen condiciones especiales de luz y humedad con el fin de alojar especies vegetales. La instalación Root Sequence (copse) de Asad Raza, formada por veintiséis árboles locales que posteriormente serán replantados, introduce una dimensión de temporalidad circular que sobrepasa los límites del museo.
La galería 209 se centra en las múltiples variaciones del trabajo con tierra y compuestos minerales. Se presentan esculturas que combinan materiales naturales e industriales, como las piezas de Frederick Ebenezer Okai o Héctor Zamora, junto con investigaciones sobre suelos extraterrestres desarrolladas por Oscar Santillán. La proximidad física y conceptual entre las obras resalta la tensión entre procesos de erosión, composición y regeneración, un tema que también reaparece en las piezas de artistas como Patricia Dauder y Jorge Satorre.
Los tejidos y trabajos con fibras naturales ocupan un lugar destacado dentro de esta sección. Las composiciones de Asunción Molinos Gordo, realizadas con lanas de diversas razas ovinas, dialogan con las prácticas colaborativas de comunidades como las mujeres wichí representadas por Claudia Alarcón y Unión Textiles Semillas. Esta zona de la exposición evidencia la importancia de los saberes artesanales como espacios de resistencia cultural y de sostenibilidad cotidiana.

En las galerías finales se plantea una reflexión sobre las estrategias de remediación y las genealogías de un arte preocupado por la salud del planeta. Desde los experimentos pioneros de Mel Chin hasta las investigaciones de Paulo Tavares o Sumayya Vally, emerge la idea de que las prácticas artísticas pueden operar como vehículos de reparación simbólica y material. El cierre en la galería 202, con obras de Giuseppe Penone, Agustín Ibarrola y otrxs artistas centradxs en la escucha del mundo mineral y vegetal, ofrece una síntesis poética del proyecto entero.
Artes de la Tierra no solo replantea las relaciones entre arte y ecología, sino que incorpora criterios museográficos que buscan reducir la huella ambiental del propio montaje, una línea de trabajo ya habitual en el Museo, como recordaba Daniel Vega, Director Técnico de Exposiciones, en la entrevista que le realizamos para nuestro último número en papel (pp.42-45). La renuncia a los transportes aéreos, el uso de materiales compostables y la implantación de sistemas de seguimiento virtual sitúan la exposición como un ejemplo de producción cultural consciente y orientada a futuros más sostenibles.

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