La última vez que vi la obra de Zush —ya entonces también Evru— fue en la Fundació Suñol en Barcelona, entre enero y mayo de 2023, en una exposición dedicada a su etapa ibicenca y construida en gran parte a partir de la Colección Suñol Soler. Aquella muestra me produjo la sensación de entrar en un laboratorio privado, a la vez íntimo y desbordante. Me cautivaron sobre todo los dibujos de pequeño formato y las libretas expuestas en unas pocas vitrinas, auténticas cajas de sorpresa donde cada detalle parecía abrirse hacia infinitas ramificaciones.
Pero la exposición también desplegaba la potencia expansiva de las obras de gran formato, que funcionaban como cartografías de su mente, y de las pinturas fluorescentes iluminadas por luz negra, herencia de sus años en Ibiza. Frente a ese conjunto se tenía la impresión de estar mirando dentro de un cerebro laberíntico, compartido generosamente con el público. Fue un re-encuentro revelador con un creador que había hecho de la construcción de mundos un proyecto vital.

Evrugo Mental State: Zush y un territorio propio
Albert Porta (Barcelona, 1946–2025) adoptó en 1968 el seudónimo de Zush, después de una breve estancia en un hospital psiquiátrico que marcaría el inicio de su búsqueda artística y personal. Aquel nombre —propuesto por otro paciente— fue mucho más que un alias: supuso el nacimiento de un territorio propio. Ese mismo año comenzó a dar forma al Evrugo Mental State, un país imaginario con bandera, himno, moneda y símbolos oficiales, que se desplegaba en pinturas, dibujos, collages, libros de artista o instalaciones. Con los años, ese estado devino no solo un marco iconográfico sino una manera de pensar la relación entre individuo y colectividad, entre identidad y ficción.
Zush se formó al margen de la academia, describiéndose como autodidacta y, más adelante, como ArtCienMist —artista, científico y místico—. Sus primeros pasos en el circuito artístico llegaron gracias al galerista René Metras, que en 1962 lo animó a seguir creando. En 1964 participó en la colectiva Presencias de nuestro tiempo, y poco después se integró en el Grup del Maduixer junto a Jordi Galí o Silvia Gubern. Desde entonces su obra, cargada de psicodelia, escritura inventada y experimentación formal, se convirtió en una mitología personal en expansión.
Durante las décadas de 1970 y 1980, Zush expuso en espacios de referencia internacional, como la Documenta de Kassel (1977), el Guggenheim de Nueva York (1980) o el Centre Pompidou de París (1989). Gracias a becas de investigación, estudió holografía en el MIT de Boston, incorporando técnicas digitales y recursos tecnológicos en un momento en que todavía eran excepcionales en el panorama artístico catalán. De hecho, fue pionero en el uso del ordenador como herramienta creativa y en la aplicación del arte a la terapia, especialmente en talleres con pacientes esquizofrénicos.

Evru: un énfasis mayor en la dimensión social y política
En 2001, con motivo de una gran retrospectiva organizada por el MACBA, el artista decidió dejar atrás la firma Zush y adoptar de manera definitiva el nombre de Evru. No era un simple cambio nominal, sino la apertura de un nuevo ciclo, con un énfasis mayor en la dimensión social y política de su obra. Bajo esa identidad desarrolló una práctica aún más consciente de la condición de artista como constructor de lenguajes y de comunidades imaginadas. En palabras suyas, «todos tenemos la necesidad de crearnos nuestro propio estado».
El universo de Evru continuó desplegándose en múltiples direcciones. Entre sus exposiciones más destacadas de este periodo, cabe mencionar las retrospectivas en China en 2007 (Today Art Museum de Pekín, MoMA Duo Lun de Shanghái) y la muestra individual en galería Senda en 2020. En 2022 y 2023, la Fundació Suñol y el Museo de Arte Contemporáneo de Ibiza dedicaron a su obra exposiciones que permitieron revisitar la intensidad creativa de su etapa insular. Precisamente la Colección Suñol Soler conserva más de 300 obras suyas, testimonio de una complicidad sostenida durante décadas.
La obra de Evru forma parte de las colecciones permanentes de instituciones como el MoMA y el Guggenheim de Nueva York, el Centre Pompidou de París, el Museo Reina Sofía de Madrid, el MACBA o la Ye Um Foundation de Seúl. Entre los reconocimientos que recibió destacan el Premio Nacional de Grabado (1997), el Premio Laus (1999), el Premio Ciutat de Barcelona (2000) y el Premio ACCA de la Crítica de Arte (2003).
Un legado difícil de encasillar
Más allá de los galardones, la singularidad de su trayectoria reside en la coherencia con que mantuvo viva una mitología individual, en constante mutación pero siempre fiel a la idea de que el arte podía ser simultáneamente juego, ritual y cartografía de lo invisible. Sus personajes minuciosamente dibujados eran, como él mismo decía, «autorretratos emocionales», ejercicios de introspección que a la vez invitaban a lxs demás a participar en su territorio mental.
El pasado jueves falleció a los 79 años, dejando tras de sí un legado difícil de encasillar. Zush / Evru fue outsider y pionero, místico y tecnólogo, creador de símbolos y agitador de imaginarios. Su obra se situó siempre en un cruce de caminos: entre lo personal y lo colectivo, lo analógico y lo digital, lo racional y lo delirante. Hoy, al recordarlo, la impresión es la misma que transmitían sus dibujos minúsculos o sus mapas inventados: la de estar ante un universo inabarcable que se abre como una invitación.
En tiempos donde las fronteras se endurecen y los discursos se cierran, la propuesta de Zush / Evru —inventar un estado mental, plástico y abierto— se revela como un gesto radical y necesario. Su memoria perdura en cada símbolo, en cada color fosforescente, en cada fragmento de ese país imposible que seguirá habitando a quienes se dejen sorprender por él.

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